• « Vie entre parenthèses » (Antonio Otero Seco)

    J.-F. Botrel

    Feuilleton radiophonique en 5 épisodes
    sur France-Culture du
    25 avril au 29 avril 2022 à 20h30
     

    Adaptation : Mariana Otero
    Réalisation : Pascal Deux
    Avec Frédéric Pierrot dans le rôle d'Antonio Otero Seco


    29 mars 1939 : les troupes franquistes pénètrent dans Madrid, dernière ville républicaine à capituler. La guerre civile est terminée. Quelques jours plus tard, le jeune poète et journaliste Antonio Otero Seco est arrêté au domicile de ses parents, dans le quartier madrilène de Salamanca.

    Après un procès devant le tribunal militaire où il échappe de justesse à la peine de mort, il est condamné à trente ans de prison et envoyé au pénitencier de El Dueso, dans le nord de l'Espagne, d'où il sortira deux ans plus tard en liberté surveillée, en octobre 1941.
     

    Ce sont donc les trente mois de sa vie que l’auteur nous transmet dans ce récit, sous le titre de Vie entre parenthèses. La publication de ces textes jusqu’ici inédits succède à celle, en 2016, de Poésie I et Poésie II.

     

     

    Antonio Otero Seco (1905-1970) fue un «refugiado español», una fría categoría administrativa que se aplicó a aquellos centenares de miles de españoles que durante y después de la Guerra civil española tuvieron que salir de su Patria para refugiarse en Francia y otros países. Visto desde la historia de España, forma parte del llamado exilio español cuya historia humana —la que reclamara Pierre Vilar— está todavía en gran parte por escribir. Es uno de todos aquellos hispanistas malgré eux que en la lejanía de su país de exilio tuvieron que aprender a distanciar su mirada, y cuya huella o impronta en la formación intelectual y profesional de tantos hispanistas, cuyo legado al hispanismo —y en este legado entran muchos de sus hijos y nietos—, está todavía por valorar, para que en algún momento la Nación francesa pueda reconocer su deuda : « lo que el hispanista debe a España », como escribiera Marcel Bataillon en 1956; lo que Francia debe a todos los españoles que, de una manera u otra, enriquecieron su propia historia.

    De mi deuda personal de hispanista para con AOS ya he dejado constancia en un prefacio a sus Écrits sur Garcia Lorca dont sa dernière Interview. Édition bilingue. Dessins de Mariano Otero, Rennes, La Part Commune, 2013, pp. 9-40). Cito: «Allá, por los años 1960, Antonio Otero Seco era lector de español en la Facultad de Letras de Rennes y para muchos estudiantes fue el primer y casi único contacto auténtico y continuo con España, la lengua española y lo hispánico.

    Visto por un estudiante, parecía poco integrado en la universidad, más bien solitario, acudiendo puntualmente a la Facultad, a la que se acercaba con un comedido balanceo en el andar, con la punta de los pies ligeramente hacia fuera y el periódico doblado en la mano o metido en el bolsillo de su gabán, y la boina encasquetada. Al llegar al segundo piso del antiguo Seminario, por la empinada escalera privativa de los profesores, se le sentía a veces la falta de aire y un resignado cansancio.

    Llamaba la atención su porte. Alto y delgado, siempre vestía con terno gris, con un pañuelo metido en el bolsillo superior de la chaqueta, que sacaba y volvía a meter, con el amplio y elegante gesto de una mano de dedos y uñas más bien largas y muy cuidadas que parecía sacada de un cuadro del Greco. Un caballero triste y melancólico. De esta peculiar figura y de su modo de ser, bondadoso y retraído a la vez, con toda la cordial distancia de un hombre ya maduro hacia unos aprendices de hispanistas, más proclives a tratarse con Antonio y Mariano, sus dos hijos pintores, dan cuenta los retratos pintados o a lápiz, que de su padre hizo Mariano Otero por aquellos años.

    De las clases magistrales que impartía (que en otras universidades eran cosa de catedráticos titulares), sobre «El mestizaje en la literatura peruana» y «El liberalismo español», por ejemplo, se conservan unos artesanales multicopiados y abundantes apuntes y documentos. A algunos, nos tocaba unas clases casi particulares dictadas en la pequeña biblioteca de la sección de español (una antigua celda de seminarista). Don Antonio —así le llamábamos con respetuosa familiaridad— se dedicaba fundamentalmente a traducir del francés —una lengua de la que nada se le escapaba pero que pronunciaba con un marcado acento español. Cada uno iba traduciendo por turno, dando él la versión correcta –doctamente repetida— con a menudo unas sabrosas digresiones y no pocos chistes que a nosotros nos introdujo en la memoria viva de una España que sólo íbamos a conocer a través de los libros de historia».

    Solo quisiera dar un repaso a las evoluciones habidas en mi propia percepción de un hombre conocido por los más a través de la inscripción lapidaria en la Biblioteca de nuestra universidad: «Antonio Otero Seco (1905-1970). Español, liberal, republicano, nacido en 1905, fue poeta, periodista y crítico literario; exiliado en 1947, enseñó el español desde 1952 en esta universidad y murió en 1970 de nostalgia y lejanía».

    Los jóvenes aprendices de hispanistas que, allá por los años 60, en la Facultad de Letras de Rennes asistimos a sus clases y nos beneficiamos de su sabiduría, sabíamos que don Antonio era un refugiado español, como se solía decir, y se contaba que había sido un periodista republicano, que había entrevistado a García Lorca y que seguía escribiendo para la prensa.

    De su propia historia poco hablaba él. ¿Quién llegó a darse cuenta en aquel entonces de la suerte que le tocaba al poder escuchar unas explicaciones de la civilización española o del teatro de Valle Inclán y de Alberti y captar toda su enjundia verbal o su contexto histórico de la voz y mano de quien lo había vivido y—luego nos íbamos a enterar— había sido testigo y comprometido actor de la República española y seguía siéndolo, aunque lo de la última entrevista a Federico García Lorca, sí empezaba a sonar, gracias a Robert Marrast.

    Pero de todo lo que había sido y de lo que fue Antonio Otero Seco, solo se empezó a saber después de su muerte, en 1970. A raíz de los sucesivos homenajes que la comunidad universitaria quiso rendir a su memoria, pero sobre todo gracias al pertinaz y preciso trabajo de memoria de sus hijos, antes de que los historiadores de la literatura, de la guerra civil y del exilio español empezaran a estudiar su vida y obra, la desdibujada figura del hombre, padre e intelectual fue precisándose y cobrando relevancia y notoriedad.

    Empezó con Homenaje a Antonio Otero Seco de 1972, en cuyas modestas páginas ya se podía leer el testimonio de Camilo José Cela quien calificaba a Otero Seco de « modelo de intelectual a ultranza, de intelectual que no vivió sino para el buen servicio de la inteligencia siempre apoyada por el arma de la inteligencia » (p. 24). En este librito, empezaba a sonar la voz más secreta del poeta de España lejana y sola, una antología de los poemas que años después se publicarían de forma completa.

    Con la colección, en 1973, de más de 150 colaboraciones suyas para publicaciones eriódicas políticas, generales, literarias y universitarias de Nueva-York, Puerto Rico Santiago de Chile, Bogotá, Guayaquil, Méjico, Buenos Aires, Caracas, y Barcelona, Madrid y París, se pudo empezar a reconstruir su pertinaz labor de comentarista de la actualidad francesa y española pero también su papel de intermediario cultural entre España, Hispanoamérica y Francia, con artículos dedicados a la literatura española contemporánea, la del interior y la del exilio, y a los grandes escritores clásicos de la literatura española. Con el transcurrir del tiempo estas dos iniciativas —el Homenaje y la antología— se me antojan como discretos intentos de lo que luego se iba a llamar la recuperación de la memoria histórica, impulsada con muy notable tesón y amor filial por sus hijos, Antonio y Mariano.

    Y por fin llegó el momento en que desde España ya se empezó a reivindicar la figura el intelectual Otero Seco, con la edición en 2008 por Francisco Espinosa y Miguel Ángel Lama de una antología de su obra (2008), en la que se traslucen otras facetas de su obra periodística : la celebración de los prohombres de la literatura española (Antonio Machado, Unamuno, Miguel (Hernández), recordados en varios poemas, y Federico García Lorca de quien evoca la «sonrisa luminosa que le hacía brillar, como un relámpago de nieve, su magnífica dentadura, en contraste con la acusada morenez del rostro». Pero también el emotivo y duradero homenaje a otras víctimas de la represión o de la guerra : Antonio José, Martín Manzano, alcalde de Móstoles, Pedro Luis, yuntero de Badajoz, los « Hombres que ven la guerra a diario » o los « Héroes populares » (Pedro Salas, Miguel y Rafael Sáez, Consuelo Rodríguez y Carmen Giménez, Luis Godoy, pastor de la Serena, y tantos hombres y mujeres sin más notoriedad que la que le da para siempre la pluma del periodista, al estampar su nombre en la plana del periódico.

    Un periodista también dedicado a la literatura de combate con Gavroche en el parapeto (Trincheras de España) (1937), de hecho la primera « novela de guerra » publicada en la España republicana— , y a la autoficción en la inédita Vida entre paréntesis, inédita hasta 2018 cuando la publicó Folle Avoine en traducción de Albert Bensoussan, antes de que 2se publique en su versión original, en España: su vida entre el 29 de marzo de 1939 y octubre de 1941, con las vicisitudes, angustias y sufrimientos de un hombre y de su familia durante tan aciago periodo para todos los represaliados por la dictadura franquista, hasta el año 1947 en que tuvo que salirse de España pasando a ser, para las autoridades franquistas, un « fugitivo » y para las francesas, un refugiado. De esta obra, se ha hecho una adaptación bajo forma de folletín radiofónico por una de sus nietas, la directora de cine, Mariana Otero. Con sus duros años parisinos, se abre un «paréntesis sonriente» hasta que a Rennes se traslade, a «la ciudad de la niebla, de la quietud y del aburrimiento». Allí en París se han quedado sus amistades. Allí en España—«¡qué triste es decir «allí»! »— está su familia que hasta 1956 no podrá reunirse con él, en Rennes. Año tras año el docto profesor-periodista va a procurar «mostrar a (sus) alumnos la verdadera fisonomía de España y de sus hombres» y, a través de sus colaboraciones en la prensa, probar que «España es algo más de lo que dice la España de ahora y bastante menos de lo que trata de demostrar».

    En noviembre de 2010, con motivo de un encuentro científico celebrado en la Universidad de Rennes 2 sobre « Les failles de la mémoire », en el anfiteatro Antonio Otero Seco, nuevamente se evocó la memoria de don Antonio cuya figura, cada vez más más nítida, se fue precisando aún con el estudio de los años de formación del futuro escritor y periodista Antonio de la Serena —su seudónimo— y de su producción poética como Viaje al sur (1930-1933) en los primeros años de la II República, con sus alegres, luminosas sensuales evocaciones de Jaén, Marchena, San Fernando, Sevilla, Málaga o de Mogador (« Para pinchitos y amor/Mogador »).

    En 2013, se publicaron, por La Part Commune, sus Escritos sobre García Lorca, en 2016 los sobre Dalí (en traducción de Michèle Lefort) y, en 2019, Quatorze intellectuels espagnols (traducción de Nicole Laurent-Catrice) que remiten a la intensa y exigente actividad de intermediario cultural de Antonio Otero Seco, con el manejo de las dos lenguas, y son representativas de su quehacer público. El que se trate de versiones bilingües permite a los no hispanófonos acceder a un mundo lingüísticamente ajeno, haciéndolo suyo y resulta que la obra de Antonio Otero Seco ya puede ser incluida con todo derecho, puesto que en Francia se produjo, en el patrimonio francés (no digo «nuestro») que a duras penas reconoce lo aparentemente ajeno como efectivamente propio.

    Pero de la más íntima vivencia y del dolorido sentir del exiliado, ¿cómo se puede llegar a saber y entender para que pueda tenerlo en cuenta la memoria y la historia del exilio?

    La lectura del epistolario, sí nos deja percibir algo de su vida «tan dura, tan llena de margor diario, tan pródiga en ceniza», del sufrimiento asociado a la lejanía, la falta de la presencia no suplida por la correspondencia escrita y suena a trágico autoconvencimiento tal o cual afirmación como lo que le escribía en 1958 a su amigo Hermenegildo Casas: «Volveremos a ver el suelo —la tierra— el sol y el cielo de España. Volveremos a servir a España y volveremos a tener un papel en la reconstrucción de España. Tus hijos y los míos continuarán la labor» y que para mí suena como la Canción de Bourg-Madame donde a los camaradas caídos en la lucha se les jura «volver a nuestra patria para vengar la afrenta a la humanidad» ... Como sabemos, «la tierra que le vio nacer —España—ni siquiera pudo acoger sus cenizas».

    A esta humana y dolorida historia humana del exiliado, no poco ha ayudado la publicación por Folle Avoine de sus poesías (2016), esmeradamente editadas, en dos tomos, también en versión bilingüe (traducción de Albert Bensoussan), y ahora, en su versión original, más completas aún, si cabe, por Libros de la Herida (2021).

    Con la lectura de los poemas escritos «para su cajón» después de 1950 se puede percibir mejor lo que supusieron los años de exilio interior entre 1939 y 1947 y los 23 años de exilio en Francia con la esperanza de poder volver y la desesperanza al no poder hacerlo: aquella manera de vivir en España estando alejado físicamente de ella, de sentir la ausencia. Como un eco de esta confidencia a Hermenegildo Casas, su corresponsal porteño: «Nunca nos acostumbraremos a otros horizontes, por muy parecidos que sean a los nuestros —que es tu caso— y por muy acogedores que sean —que es el mío».

    Con solo el recuerdo de las sensaciones producidas por la luz y el sol sobre la piel o los ojos que en la poesía encontraron una traducción impresionista en Viaje al Sur: « El sol jugando en la cal/roba sombra a la calleja » (en « Pueblo junto a Cádiz »), « Ceuta es un pañuelo blanco a la orilla del mar » ; o en los oídos : el silencio de la Plaza de doña Elvira , « Silencio en rebanadas/partido en miel amarilla », o esos « perfumes de alcoba » que tienen los naranjos de Álora o esa visión cuasi cubista de Vejer de la Frontera donde el puño oscuro del monte está jugando a los dados y que a mí me recuerda al « Paisaje bretón » de Oliverio Girondo, pero cuya segunda parte se inscribe en la mejor tradición del piropo malicioso y rebosante de savia.

    Contrastan esos recuerdos luminosos y felices con lo que pudo sentir el poeta de Viaje al sur cuando, a principios de los años 1950, se encuentra en una Estocolmo «aséptica, oxigenada»: «Cómo me duele Estocolmo, tan químicamente pura Cómo me duele Estocolmo DDT de la hermosura entre algodones de alba sin frío ni calentura». Con el recuerdo del amor ausente: «Allí nos damos cita, sin vernos, sin hablarnos/hablándonos y viéndonos sin estar en la cita»; el de una esposa o de unos hijos, enla lejanía.

    Con el recuerdo de la muerte, la de su hermana Jacinta o las de Antonio Machado (en su XXV aniversario) o Miguel Hernández en sus aniversarios. Esa manera de vivir con la muerte: «yo no tengo la culpa de pensar en la muerte/porque la vida es eso, eso solo: la vida».

    Como historiador de la cultura, pregunto: ¿cómo puede la historia dar cuenta de la melancolía ?

    En el gran libro de la Historia en que se están escribiendo nuevas páginas trágicas, habrá que esforzarse por dejar constancia de todo lo que lo humana e intelectualmente supuso la siempre discreta y como melancólica labor de formación y de divulgación del profesor, de un periodista intermediario cultural, de un poeta, y su silencioso o público testimonio sobre unos valores democráticos y humanos conculcados por el franquismo; un ejemplo de dignidad en la adversidad.

    Este ejemplo nos convida y obliga, más allá del afecto y de la admiración, a seguir exigiendo, para él y para todos los que quedaron transitoria o definitivamente silenciados u olvidados, una historia con memoria de sus doloridas experiencias, y a luchar, con ahínco y sin tregua, contra el insidioso peligro de la desmemoria.

    J.-F. Botrel
    (Professeur émérite, professeur de civilisation et langue hispanique à Rennes 2,
    Département d’espagnol-Université Rennes 2, 12-4-2022)

     

     


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